Tengo muchas sensaciones asociadas a los últimos días de abril y los primeros de mayo. Es la época en la que, pese a que aún no ha comenzado el período de exámenes, un sentimiento de responsabilidad empieza a rondarte la cabeza día tras día (“Debería ponerme a estudiar ya”). La época en la que el frío comienza a quedarse ya atrás. La gente se va atreviendo a ir en manga corta por la calle, las noches no empiezan a las seis de la tarde, y se van calentando motores para el verano. Al llegar las ocho o las nueve es habitual que circule esa brisa fresca de buen tiempo, y abres los balcones y las ventanas de casa para que entre dentro, donde también empieza a hacer ya un poco de calor.
Esa corriente, ese soplo de aire anunciador del tiempo casi estival tiene un olor especial. Al menos para mí. Pero creo que cualquier amante del fútbol también comparte esta sensación. Es el aroma de la Champions. Y en mi caso, y en el de todos los madridistas, estaba empezando a convertirse ya en un recuerdo casi añejo.
Siempre, tanto cuando llegaba el primer partido de Champions en septiembre, como en febrero, previamente al encuentro de ida de octavos de final, antes de abrir cualquier web de información deportiva ya sabía lo que me iba a encontrar: las declaraciones de algún jugador merengue afirmando que “este año sí. Hay que recuperar el prestigio del Real Madrid en Europa”. Pero no. Ni era ese año, ni lo ha sido durante seis. Seis años en los que el Madrid había dejado de ser un equipo referencia en Champions, hasta el punto de vernos relegados al bombo número 2 en el sorteo de grupos de septiembre. En los que hemos tenido que aguantar las mofas por el gol de Zalayeta, por el de Makaay a los diez segundos, o por el “chorreo” del transitorio Boluda. Seis años en los que el rey de Copas de Europa no pasaba la primera eliminatoria a doble partido. En esas en las que realmente se ven los equipos grandes. En las que empieza a jugarse, a vivirse la verdadera Champions.
Hoy me siento muy feliz. Hoy el Real Madrid ha vuelto a pasar la ronda de octavos de final siete años después. Hoy, por fin, sé con certeza que voy a sentir de nuevo aquella sensación que tanto tiempo llevaba sin saborear. Voy a volver a respirar el aroma de la Champions. Y, de momento, con eso es con lo que me conformo. Después, el Dios del fútbol dirá.
Un saludo, amigos futboleros,
Manuel A. Ibáñez
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